El deporte es un reflejo de la sociedad en la que
se desarrolla. Y todo lo que al deporte se arrima, la misma sombra lo cobija.
A un aficionado cubano, criado en un contorno de triunfos, ver la posición en el medallero de estos Juegos
Panamericanos en Toronto, es como rememorar "la profética" despedida de duelo
que realizó la difunta estrella de la narración deportiva cubana Héctor
Rodríguez, al finalizar la última transmisión olímpica de la televisión cubana
desde Beijing en el 2008.
Juzgar a los atletas y entrenadores por sus
actuaciones, tirarle dardos a la dirección del INDER y culpar al bloqueo, son
las mismas municiones de un rifle viejo y desgastado; pero que sigue cazando en
manos de los conservadores asegurados al discurso que mantiene sonando las
monedas que Judas no disfrutó.
Toda la tinta que pudiera explicar y mejorar lo
que pasa con el deporte cubano, parece que sirve como vino para la última cena tras cada jornada en Toronto. Resumir con halagos
merecidos las medallas obtenidas y elogiar a Canadá por su gran preparación como
anfitriona de los juegos y palpar como Brasil calienta su olimpiada, no es
suficiente.
Como toda situación es multi causal. Cuba a sido
alcanzada por los jinetes apocalípticos que durante muchos años nos han
perseguido.
Las victorias pasadas, no exentas de sacrificios,
sirvieron para explotar una tradición deportiva enraizada en los genes criollos
y mostrar al mundo cuan sólido era el proyecto social. Se estableció un paradigma
en el deporte para los países del mundo y un listón bien alto para el
aficionado.
Pero con el tiempo y el desarrollo las
naciones comenzaron a ver, unas un poco más tarde que otras, todas las ventajas
económicas y sociales que trae la esfera deportiva para este mundo globalizado, y se apuraron a invertir en todas sus esferas asociadas con planes que van dando
sus primeros frutos. Mientras nosotros, aislados, seguimos viendo al mundo
desde la misma ventana y con los mismos colores.
La lucha por mantener la economía ha sido desangrante
en todos los niveles, y el deporte tiene un apetito voraz. La falta de
recursos, estancamiento profesional y científico de atletas y entrenadores, el
éxodo de talentos, más la estática del pensamiento político en la esfera fueron
cabalgando en velocidad ascendente.
La idiosincrasia que ostenta el fanático cubano
es propia de una cultura isleña ajena a la globalización. No creo,
y las competencias de todo tipo organizadas así lo corroboran, que en Cuba se
de una muestra de cultura deportiva tan majestuosa como la que ofrecieron los
británicos en Londres 2012. Aquí alardeamos de muchas cosas que carecemos, como
de pensar que en casi 12 millones de habitantes podamos encontrar lo mismo que
otros en 20, 60, 120 o 300 millones de personas. Lo de más con menos, siempre
dará menos.
Hoy solo vemos una realidad que quisimos ocultar
a pesar de las premoniciones. La muerte de una era y el comienzo de otra. Hubo
un tiempo en el que fuimos superiores, porque la historia así lo quiso. Ahora
cosechamos lo que por años sembramos.
No me es difícil afrontar un 4to lugar en el medallero
Panamericano en estos tiempos a la luz de estas perspectivas. Pero seguro para otros no; pues lo único que tenemos bien repartido es la razón. Todo creemos tener la
suficiente.