El Real Madrid
fue superior, en todas las variantes, al F.C. Barcelona durante la Supercopa
española 2017. El Santiago Bernabéu fue escenario “hoolywoodesco” para premiar
el proyecto 2.4 del Florentinato (como lo bautizara Alfredo Relaños). El equipo Made in Zizou, plagado de jóvenes
vigorosos, insaciables de gloria, disciplinados, consientes de su juego y
talentosos, paseo la distancia futbolística sobre un maltratado paciente
catalán en estado de shock, que pululó amnésicamente sobre la grama de una sala
de terapia, pidiendo a D1os que salve la institución de contables horrores
capitales.
En toda la
supercopa, Messi fue su propia versión de William Wallace, con arengas y presencia
futbolísticas para sus compañeros, los que no encontraron la traducción desde
el banquillo a la parsimonia inicial del primer juego, ni al huracán que se
vino después. Comprensión opuesta del super campeón europeo y español al plan
napoleónico de su estratega, fraguado desde la pretemporada al más puro estilo
italiano: despiste, reorganización y ataque relámpago a los puntos débiles en
el momento exacto.
Lo mejor del
Madrid vino de fuera de la línea cal con Zidane y se personificó dentro en
Marco Asencio, libre como el viento de gloria que abraza por estos tiempos a la
casa blanca para exponer sus extraordinarias capacidades, Benzema desenfadado en
su juego, el Kroos armonioso de siempre y Modric haciendo honor al 10 que lleva
en su espalda. Los demás, cumpliendo la norma al son de su capitán, Sergio Ramos.
Para el que disfruta el fútbol, el resto de los elogio serán redundancias
después de lo mostrado.
Nadie es tan
bueno cuando gana, ni tan malo cuando pierde. El F.C. Barcelona que simboliza
Lionel Messi, no se parece al que realmente a negociado Bartomeu. Maltomeu ha
gestionado la empresa a la imagen más conocida del catalán en ultramar: tacaño,
negociante mediocre, orgulloso, ególatra, iluso y obstinado. El jugoso poder
político, económico y social que representa el Barça, por el que se pelean en
Cataluña al más puro estilo de Juego de Tronos, ha embriagado a los dirigentes
que antecedieron y sucedieron la era Laporta; quien no fue ni ángel, ni
demonio, pero fue el mejor gestor del club.
Como nuevo
director técnico, Valverde no tiene todas las armas, ni le han dado tiempo a
madurar una estrategia para defender bien con la pelota y sin ella. Al campo Piqué
no está tan mal como lo demonizan y Umtiti que es un buen segundo, no más. Los laterales
son posiciones que no se ajustan al momento. El centro del campo no juega
preciso con balón y es desfallecido en la intensidad para defender, ahí “Lord Sergio
Busquets” el señalado: por años disfruto del poder que da controlar el balón y
no tener que sacrificar el cuerpo, desde hace años es como el majestuoso muro
que nunca se probó con un oleaje, pero los catalanes son soberbios para
reconocerlo. André Gómez es y será un jugador de otro equipo, salvable Rakitic
en su posición de escolta. El juego de ataque es la
frustración de un genio (Messi) y un gladiador (Luís Suarez), abandonados, incomprendidos
por sus camaradas, no por querer, sino por no poder, e imposibilitados de
auxilio por el omnipresente crack que una vez Iniesta fue.
Ahora llegan
momentos de apuro y purgatorio para invertir la plata quedejó el “Garotto de
Oro” (Neymar) frente a las habilidosos pescadores en rio revuelto. La gerencia
dejó ir a valiosos canteranos como Thiago, Fábregas, Bartra; no se fijó en
prometedoras perlas como Isco, Asencio, Iñigo, Laporte, Ander; pasó de Dani Alves,
esquiva a Dybala por conjeturas absurdas y propone al suplente Semedo y al
chino Paulinho como el aperitivo de dos diamantes como Coutinho y Dembelé, aún
por llegar y brillar.
El señor
Floretino Pérez, que sabe más por viejo que por Florentino, regresó al feudo
madridista experimentado de sus errores rn la primera vez, aprendió lo mejor
del rival, sacó partido de sus debilidades, y ahora es nuevamente Rey, por
derecho propio.
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